Poseída por una manada de deinonychus
Cuando
abrió los ojos vio un mundo verde lleno de vapor.
¿Donde he llegado? - Se preguntó a si misma
Sara.
La
científico del proyecto Iris se desperezó sintiendo como todo su cuerpo
hormigueaba y su mente estaba confusa. Poco a poco sin embargo empezó a
recordar cómo se produjo una explosión en el laboratorio mientras realizaba
ajustes en el Túnel de Cronos, la máquina que ella misma había diseñado para
estudiar el pasado. Esa era su gran obra, aquella por la que por fin sería
respetada en un mundo científico dominado por los hombres machistas que no
admitían que una morena de 26 años pudiera superarles.
Con
gran esfuerzo de su cuerpo entumecido se levantó del suelo. Este ya no era el
frio enlosado donde se posaba su máquina, sino que era una tierra rojiza y húmeda.
A su alrededor vio una densa jungla de árboles extraños y muy altos, pero
ningún rastro de hierba. Aquello no era Colorado o por lo menos, no era el
Colorado que ella había conocido.
—¿Dónde
estoy? o... —Y una idea terrorífica vino a su mente. - ¿Cuanto estoy?
El miedo a esa idea la inundaba a pesar que quería apartarla de
sí, pero aquel paisaje de especies que no conocía no podían ser de su tiempo. Comprendió
al fin que el Túnel de Cronos había funcionado pero no como ella quería. Había
diseñado su máquina para mostrar imágenes de tiempos remotos, no para
transportar nada. Su cabeza daba vueltas ¡Aquello era imposible! ¿O quizá no? Nunca se había construido algo
como el Túnel de Cronos y todo era impredecible, pero además, si había habido
una explosión el Túnel había sido destruido ¡Nadie podría ir a buscarla!
Por
un instante se mareó y le entraron ganas de llorar, pero se contuvo, ella era
una mujer luchadora que siempre se había enfrentado de cara a los problemas.
—
Tengo que... —tragó saliva —valerme por mí misma.
Comenzó
a andar en busca de refugio sintiendo un aire cálido y perfumado. No vio flores
pero las plantas despedían aromas embriagadores que atraían a insectos de
brillantes colores.
Cogió
una rama larga del suelo y con una piedra comenzó a afilarla mientras caminaba
por un sendero natural. Haría una lanza.
Sara
miró al cielo a través de los árboles y divisó que el sol todavía estaba alto y
le entró una extraña sensación de alegría. Atrás había dejado un mundo dominado
por hombres donde había tenido que luchar para hacerse respetar y para ello no
dudó en usar todas las armas que la naturaleza le había dado, un brillante
cerebro pero también unos ojos verdes, grandes caderas y un pecho firme que
volvía locos a los hombres. Ahora sin
embargo no había nadie más que ella y sería sin duda la especie dominante, la vencedora
de aquella época extraña.
Llegó
a un río de aguas cristalinas y se agachó a beber agua. Contempló su reflejo y
vio que su mono blanco de trabajo sufría desgarrones que mostraban su blanca
piel y retazos de su ropa interior. No se preocupó, hacía calor en aquel mundo
y se quitó la parte superior, quedando sus pechos guarnecidos solo por su
sujetador negro.
De
pronto, sintió retumbar la tierras y a lo lejos vio una manada de animales
extraños que se acercaban al rio a abrevar. Sin miedo, se acercó lentamente a
ellos y vio que eran reptiles, grandes reptiles del tamaño de vacas que
ramoneaban en la orilla. Se quedó boquiabierta. Eran dinosaurios de la especie bagaceratops,
como le había enseñado su padre en un libro cuando era pequeña pero estos
respiraban y gruñían como seres vivos que eran. Ya no le quedó dudas, estaba en
el Cretácico.
Sintió
hambre e instintivamente Sara blandió su lanza y corrió a toda velocidad hasta
el animal más apartado del grupo y se la clavó justo en el cuello, creando un
surtidor de sangre. El resto de la manada huyó despavorida, menos el animal
herido, que era ya presa de la cazadora. En pocos minutos, el animal yacía
muerto y la mujer empezó a recoger ramas secas. Necesitaba alimentarse y con
sus conocimientos de Girl Scout en poco tiempo logró hacer un buen fuego donde
empezó a cocinar a su víctima, inundando el aíre de sabroso olor a asado.
Se
sentía a gusto. Aquel mundo era hermoso y enteramente suyo. Era la especie
dominante, aunque... estaba sola. En un momento le entró la tristeza. No tenía
a nadie con que compartirlo y empezó a acordarse de las amigas con las que
pasaba el día pero especialmente de los hombres con los que había compartido
sus noches. Nunca volvería a verlos y eso le dio un pellizco en el corazón y no
pudo evitar llevar su mano a su sexo y sentir que este le pedía algo.
Su
mente voló hasta una noche en Madrid, donde conoció a Pedro, un guapo español de
brazos fuertes y morenos y con un pene que no la cabía en sus dos manos y con el
que sintió el mayor placer que había experimentado en su vida. Cerró los ojos y
sintió mentalmente las embestidas de Pedro dentro de sí hasta que poco a poco
su sexo se fue humedeciendo y no pudo evitar el comenzar a acariciarse el sexo
con una mano y a juguetear con sus labios vaginales y su clítoris. Con la otra
mano rozaba sus suaves pezones que se pusieron tersos y duros. Al poco brotaban
leves gemidos de sus labios y su entrepierna estaba húmeda. Sentía que le hacía
el amor a ese nuevo mundo que estaba descubriendo.
Mientras
Sara disfrutaba de su cuerpo, unos ojos rasgados la miraban desde la espesura
de la selva. Ese par de ojos eran seguidos de muchos ojos iguales que nunca
habían visto una criatura semejante y que despidiera un olor como aquel. Una
manada de deinonychus, dinosaurios carnívoros bípedos de casi tres metros de
largo, pecho escamoso y terribles garras con patas emplumadas, habían
encontrado una extraña presa.
Cuatro
de los deinonychus parecían confundidos y aguardaban la decisión de su líder,
el macho más grande de la manada que lucía una cresta rojiza de escamas. Este,
sin volverse a mirar si sus compañeros le seguían, salió a campo abierto en
dirección a Sara que seguía masturbándose ajena a todo lo que le rodeaba.
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